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Verlo para creerlo
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Verlo para creerlo

El Athletic hace méritos para golear al Apoel, pero termina encontrándose con un marcador tan injusto como preocupante

Jon Agiriano

Jueves, 16 de febrero 2017, 19:21

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El camino hacia Solna va a tener tramos muy duros, de esos que examinan el carácter de los buenos aventureros. El primero para el Athletic será Nicosia, a donde viajará con un marcador que, viendo el partido de esta noche, se antoja una broma de mal gusto. En una de sus ofensivas más intensas de los últimos meses, los rojiblancos tuvieron opciones de sobra para golear y dejar sentenciada la eliminatoria. Sin embargo, un cóctel diabólico de desacierto e infortunio les amargó la noche. Veinte veces llegaron a la portería de Waterman y marcaron tres goles. Dos veces llegaron los chipriotas a la de Iraizoz e hicieron pleno. El fútbol tiene a veces estos guiños dirigidos a no se sabe quién. En este caso, se puede decir que ha puesto al Athletic ante su gran asignatura pendiente: sus prestaciones fuera de casa. La semana que viene tendrá el gran examen.

Vistos los precedentes de los últimos partidos, la primera incógnita que tenía que desvelarse en San Mamés era cómo arrancaría el Athletic, a cuántas revoluciones. Los aficionados, por supuesto, confiaban en ver a su equipo en su versión más palpitante, nada que ver con la lenta y bostezante que ha sido tan habitual en muchas primeras partes esta temporada. El sueño de la Europa League lo merecía. Pues bien, tuvieron lo que querían. Los rojiblancos apretaron desde el principio al Apoel, que no tardó un segundo en recular, bien resguardado. Ya había dicho Christiansen que la intención de su equipo era «salir vivo» de San Mamés. Vamos, que tenía claro que sus jugadores venían a Bilbao a unas maniobras de supervivencia.

Los chipriotas sobrevivieron con bastante fortuna a la ofensiva de los rojiblancos, que ya en el minuto cuatro, después de una triple oportunidad de De Marcos, Williams y Yeray, empezaron a sospechar que tenían el día torcido cara a puerta. La sospecha se fue confirmando de una forma dolorosa a medida que pasaban los minutos. El Athletic, escorado siempre a la derecha, algo natural ya que no tenía nada en la izquierda porque Muniain apenas duró unos segundos en esa posición, fue creando oportunidades con una cadencia perfecta. El drama es que no acertaba ninguna. Williams se hinchó a desbordar, dando una noche infernal a su marcador, Ionannou, pero sus tiros o sus centros no tenían el destino deseado. Más bien, tenían el contrario. O eran despejados por el portero o por los defensas, o mal rematados, como el cabezazo que se le fue alto a Muniain a los 17 minutos.

Pese a todo, el Athletic daba una imagen de solidez. Su autoridad sobre el partido era indiscutible y todo parecía cuestión de esperar y de no emborronar el juego cayendo en las artimañanas de algunos jugadores chipriotas. Los goles ya llegarían. La defensa del Apoel no era precisamente un fortín. Tenía varias grietas que le hacían vulnerable. Se trataba, sencillamente, de acertar. En esa tesitura clara y unidireccional estaba el choque cuando el fútbol dijo aquí estoy yo y se permitió uno de sus curiosos caprichos. Los chipriotas, que no se habían acercado al área de Iraizoz ni a saludar, firmaron de repente una jugada perfecta. Fue visto y no visto. Vinicius mandó una pase genial a la espalda de De Marcos y Efrem salió como un tiro al espacio. Entró al área y no se lo pensó. Su golpeo al palo largo fue perfecto.

Maldición de los dioses

Era el minuto 35 y San Mamés cayó en un estado de incredulidad. ¿Sería una maldición de los dioses eso de empezar perdiendo en casa? Por fortuna, no hubo mucho tiempo para torturarse con ese tipo de preguntas sin respuesta. Williams, que seguía 'on fire', volvió a entrar en el área al abordaje y su disparo cruzado lo desvió el guardameta. El balón le cayó a Balenziaga, cuyo disparo tuvo que rebotar en dos defensas y en el larguero antes de acabar entrando. Estaba claro, en fin, que el equipo de Valverde iba a necesitar ayer de todo tipo de geometrías, hasta las más disparatadas, para hacer gol. En la segunda parte necesitaba más de uno para ir a Nicosia con unas ciertas garantías. Y es que viendo la actitud de los hinchas del Apoel en las gradas de un campo ajeno es fácil imaginar cómo lo serán en el propio. Aquello puede ser Galípoli y habrá que estar preparado.

El Athletic se puso de nuevo a la tarea calcando los argumentos de la primera mitad: dinamismo, tensión y Williams. A su juego le faltaba precisión en las zonas calientes, pero sobraba para seguir teniendo al Apoel metido en su campo, resistiendo como buenamente podía. En el minuto 56, Valverde movió piezas. Suele hacerlo en casi todos los partidos al filo de la hora y ayer lo repitió. San José entró por Iturraspe, que había sido la novedad en la alineación, y Lekue por Balenziaga. Aunque eran cambios que podían discutirse, tampoco provocaban extrañeza. Mucho más extraño fue que, en el minuto 77, retirara a Williams, que estaba siendo un demonio para el Apoel.

Quizá lo hizo pensando en el partido del Valencia y porque el marcador ya iba para entonces 3-1 después de que Aduriz y el propio Williams, de cabeza, batieran a Waterman. Quizá. Sea como fuere, se le echó de menos en la recta final, es decir, en la búsqueda del cuarto gol. El Athletic lo buscó hasta debajo de las piedras y lo mereció. El fútbol, sin embargo, estaba ayer gracioso y volvió a golpearle a traición cuando nadie lo esperaba. Y el que menos, Christiansen. En el único ataque chipriota de la segunda parte, Gianniotas hizo el 3-2 en el minuto 88. Como para creer en brujas, oiga.

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